El museo, como el propio oriente de Asturias, está marcado por la huella de los emigrantes a tierras americanas. La impronta de los que retornan enriquecidos, los indianos, es visible en toda la zona, a través de la arquitectura de sus mansiones y de la obra pública que financiaron.
Precisamente el museo tiene su origen en la donación al pueblo de Porrúa de la finca y Casas de Llacín por parte de la heredera de la propiedad, Teresa Sordo Sordo, perteneciente a una familia de emigrantes y residentes en México. Su voluntad se hace efectiva en 1993.
Con este motivo, se constituye en Porrúa la Asociación Cultural Llacín, que se marca como objetivo crear un museo. Este abre sus puertas al público en el año 2000.
La asociación promueve la constitución de la Fundación Museo Etnográfico del Oriente de Asturias, a la que transfiere la titularidad y gestión del museo.
El museo forma parte de la Red de Museos Etnográficos de Asturias y de la Asociación de Antropología del Estado Español (ASAEE).
En el museo se reproduce una casería campesina acomodada de finales del siglo XIX.
La casa o casería es una realidad compleja; en ella vive y trabaja la familia campesina, y en ella se producen y consumen diferentes productos agrícolas, ganaderos y artesanales.
En tanto que lugar de trabajo, cuenta con dependencias auxiliares, como la cuadra, el pajar, el hórreo o cobertizos, que permiten guardar las herramientas y medios de transporte, recoger los animales y almacenar la cosecha.
Además, la casa posee fincas destinadas a huerto y al cultivo cerealista y forrajero, donde también se plantan árboles frutales. A ello se añaden los derechos y obligaciones sobre bienes comunales, como los montes, el agua, la caminería y diferentes infraestructuras.
El tipo de familia que habita la casa es extensa, con unas relaciones jerárquicas de género, rango y edad.
Toda la familia, desde edades muy tempranas hasta la vejez, trabaja en la casería. Las tareas se distribuyen de acuerdo con esa jerarquía.
La casería es una empresa que trata de ser autosuficiente, pero no siempre lo consigue. Periódicamente debe recurrir a la colaboración de otras para poder realizar tareas que requieren mucha mano de obra. Además, algún miembro puede dedicarse a la práctica de oficios artesanos con el objeto de aumentar los ingresos.
Por lo general, quienes habitan la casería son colonos, ya que la propiedad pertenece a las clases privilegiadas, que reciben de aquellos una renta por su explotación.
El aumento de la población registrado en el siglo XIX es una de las principales causas de emigración masiva a América. Esta se produce a partir de 1880. Los destinos principales de los emigrantes de la zona costera del oriente de Asturias serán Cuba y México.
Los emigrantes que retornan con capital realizan una importante labor benefactora, financiando obra pública. También compran tierras y caserías para ellos o sus familias ayudando a terminar con el colonato campesino.
El espacio museístico se localiza en las construcciones rurales conocidas como las Casas de Llacín. El hecho de que dicho espacio sea precisamente un conjunto arquitectónico tradicional favorece la reproducción de una casa campesina.
Las Casas de Llacín son edificios del siglo XVIII y XIX que muestran la evolución de las construcciones de acuerdo con las necesidades productivas cambiantes de la familia campesina.
Se levantan en dos hileras paralelas donde se disponen las salas, que están dedicadas a mostrar ambientes y a exposiciones temáticas.
En las inmediaciones se encuentra un hórreo, así como otros elementos de interés.
Originariamente, en las Casas de Llacín había una sola vivienda, que luego se dividió en dos, ya que, con los repartos de herencias, es habitual la división de las propiedades.
La casa azul alberga una vivienda campesina asturiana, con vestíbulo y cocina en la planta baja; sala y cuarto en el piso.
La cocina es el lugar más importante de la vivienda por su polivalencia. En ella se comía, se socializaba, se recibía a las visitas, se trabajaba y ocasionalmente se dormía.
La casa reproducida en el museo no es una foto fija, sino que alberga una colección de objetos con diversa cronología, que indican cómo fue evolucionado la vida campesina. Muchos de ellos remiten a actividades desarrolladas en las tierras vinculadas a la casería.
La cuadra es el recinto donde se recoge el ganado por las noches o en los días más fríos, se ordeñan las vacas y se genera el estiércol (cuchu).
En la casería el ganado vacuno se utiliza como fuerza de tiro y medio de transporte. Provee de abono y productos lácteos, carne, grasa, cuero y piel.
Con la manzana se elabora la sidra en el lagar. Este nombre se refiere tanto a la prensa, que sirve para obtener el jugo de la manzana, como al espacio destinado a la elaboración de la sidra.
El lagar expuesto es el original de las Casas de Llacín.
En la finca de Llacín, observamos un elemento típico de la casería, el hórreo. Se trata de una construcción de madera machihembrada levantada sobre pilares y pensada para guardar la cosecha, pero que también servía para otras funciones.
Este hórreo fue trasladado, en 1999, desde Santianes de Ola (Cangas de Onís), con objeto de completar la colección del museo.
La casa amarilla y el resto de dependencias albergan diferentes exposiciones temáticas.
Estas tienen que ver con trabajos desarrollados en la propia casería, como la producción del queso y manteca, con la elaboración de textiles o con el lavado de la ropa.
También se exponen útiles y herramientas, como los carros y aperos de labranza. Además, hay una muestra de los oficios tradicionales de la Asturias rural.
Los llamados oficios eran actividades destinados a implementar los recursos económicos de la casería. Unos están relacionados con la madera: carpinteros, leñadores, madreñeros; otros, con el barro, como el de los tejeros.
Los tejeros emigraban de mayo a octubre por las provincias vecinas, para elaborar tejas y ladrillos, dejando a las mujeres todo el trabajo de la casería.
Por último, se muestran otras colecciones entre las que destaca la de los objetos de hierro esmaltado, conocido popularmente como “porcelana”.
En el siglo XIX las industrias elaboran a bajo coste objetos de la vida cotidiana. Así, los objetos de hierro, más duraderos, sustituyeron a los realizados artesanalmente con madera o barro. Estos objetos son expresión del cambio que la revolución industrial produce en la sociedad tradicional.